Domingo 19 de Enero de 2014
Cristina se jubiló en 2007, pero no quiso alejarse de su carrera, por eso instaló en su antigua casa una “Mini Escuela”, donde dicta clases a niños de bajos recursos.
El 17 de diciembre del año pasado, el Rotary Club Autonomía homenajeó a una docente muy especial por su noble trabajo comunitario. Su nombre es María Cristina Guzmán de Peralta (65), es jubilada y vive en Fernández, aunque su pasión por la docencia la lleva una y otra vez a su pueblo natal: La Loma.
Hace unos ocho años, convirtió la casa donde habitaba en una “mini escuela”. Allí, brinda clases en diversas materias a todos los niños de la comunidad. Lo hace de forma gratuita, ofreciéndoles además la “contención” y el “apoyo” de una “segunda mamá”, como muchos la catalogaron.
Su carrera como docente inició hace más de 40 años, luego de innumerables “sacrificios” para conseguir su título. Llegó al mundo cuando su madre era muy joven, por lo que quedó al cuidado de sus abuelos. “Soy de familia muy humilde, me ha costado muchísimo estudiar porque no teníamos plata”, recordó.
Más allá de las inclemencias vividas, María Cristina nunca bajó los brazos. La vocación que había nacido en ella era mucho más fuerte que cualquier piedra en el camino, así que se armó de valor y terminó la secundaria.
Corría el año 1970 cuando recibió sus diplomas, honores e inmediatamente comenzó a trabajar. La primera escuela en recibirla fue la de Puerto Hermoso, en el departamento San Martín; luego pasó por otras tres y terminó por jubilarse en la localidad Buey Muerto.
Durante este largo trayecto, la docente iba enfrentando cualquier escollo que se le presentaba. Las distancias eran uno de ellos: “Yo iba en bicicleta, o caminaba unos 20 kilómetros de ida y otros 20 de vuelta, hasta que compré una motocicleta”, relató.
Casi al final de sus años de carrera, Cristina pensaba en el vacío que quedaría en ella al no dar clases, ni estar en contacto con los estudiantes, una vez jubilada. Entonces “quería acercarme a los niños con distintas actividades (…) les mostraba películas audiovisuales y les enseñaba valores, buenos hábitos.
Los padres confían en mí porque me conocen de hace muchos años, ya que siempre he trabajado en la comunidad, en sociedades de fomento…en todo tipo de eventos estaba yo”, aseguró.
De forma rudimentaria, la maestra comenzó a enseñar en su casa de La Loma. Atrajo a los niños más “dispersos” a la hora de estudiar, y los ayudaba con sus tareas escolares. “Muchos pasaban situaciones difíciles, por eso lo primero que hice fue enseñarles el compañerismo, el respeto y todos los valores necesarios”.
La idea era poder contenerlos, puesto que -en sus últimos años en la escuela- Cristina había advertido un gran nivel de repitencia entre los chicos de la zona y una alta tendencia a la deserción escolar. “Eso me alarmaba mucho, porque no llegaban a terminar ni la primaria”, comentó.
Más allá de no ser una persona adinerada, la ex docente destina su jubilación a las clases de apoyo. Todos los días les sirve un desayuno o una merienda a sus alumnos. “No solamente quiero entregarles mi tiempo y mis conocimientos sino todo lo que les pueda ser útil a los niños”, explicaba.
Si se le consulta acerca de los motivos de su generoso accionar, en primer lugar Cristina dirá que quiere proveer de nuevas oportunidades a los chicos, las mismas que ella no tuvo en su niñez y adolescencia.
“Yo en mi escolaridad no he tenido a nadie que me ayude, mis familiares eran analfabetos, eran personas de campo; entonces yo aprendí a valorar lo que es el estudio”, manifestó.
Por otro lado, la pérdida de su esposo y el desprendimiento de sus cuatro hijos que ya son mayores, la llevaron a la búsqueda de un espacio propio; aunque eso implique trasladarse todos los días desde su casa actual, hasta su antiguo hogar.
En el año 2007, una vez ya jubilada, Cristina se puso como meta lograr que los chicos continuaran sus estudios en base a lo que ella les proporciona. “Tengo una niña que ahora está en sexto grado, ha comenzado a los 10 la primaria y es una excelente alumna”, es uno de los casos ejemplares que reflejó con orgullo.
Cuando comienzan las clases, la casa de La Loma se llena de niños con deseos de aprender. Unos 50 se turnan en horarios particulares y se dividen entre los de la primaria y secundaria. Al culminar el ciclo lectivo, “la escuela” de Cristina realiza un acto para reconocer a todos los que lograron avances en la educación formal.
“Ellos son de familias humildes y muchos no tienen el apoyo de sus papás para estudiar, por eso yo les digo que pueden salir adelante”, reflejó.
Por la unión de la familia
Si bien los conocimientos en lengua, matemáticas y todas las áreas pertinentes a la educación formal son vitales para Cristina, a lo largo de su vida supo hacerse de otros saberes que le gusta compartir. Aquí es donde entran en escena los padres de muchos niños que concurren a su “mini escuela”, con el objetivo de aprender a reciclar, tejer y hasta a cocinar.
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